Entre dos continentes, dos mares y mil historias, Algeciras despliega en verano todo su carácter de frontera viva. Ciudad de paso y de raíces, es también refugio de quienes buscan playas familiares, cultura con acento andaluz, festivales de primera línea y una gastronomía que huele a brasa y tradición. Este verano, la ciudad se reencuentra consigo misma al ritmo de Paco de Lucía.
Playas con alma

Getares, horizonte abierto
Ubicada al sur del núcleo urbano, la playa de Getares se abre como una gran sonrisa entre Punta Carnero y el río Pícaro. Su arena clara, sus aguas tranquilas y su forma de media luna la convierten en una de las más visitadas de la ciudad. El paseo marítimo ha devuelto vitalidad a esta zona, donde los restaurantes ofrecen pescado fresco con vistas al Estrecho y las familias disfrutan de largas jornadas de sol, deporte y baños.
Desde la orilla, en los días limpios, se divisan las montañas del Rif. En ese horizonte compartido entre Europa y África, Getares se convierte en lugar de contemplación. Aquí no hay postureo ni artificio: solo mar, tiempo lento y memoria familiar.
El Rinconcillo, la playa del pueblo
El Rinconcillo no es solo una playa; es una forma de ser. Su nombre designa también un barrio, una comunidad, un modo sencillo de vivir el verano. Más cercana al centro, de aguas someras y mar calmado, es la preferida por los algecireños. Los chiringuitos sacan las mesas a la arena y el olor a sardinas asadas convive con la algarabía de niños y abuelos.
Paco de Lucía pasaba aquí sus veranos. Nadaba, jugaba, y aprendía a escuchar. En estas aguas templadas comenzó a modelarse un genio. Hoy, caminar por el Rinconcillo es caminar por los primeros compases de su vida.
El Chorruelo, la playa que fue
El Chorruelo ya no existe. La expansión del puerto absorbió su silueta. Pero durante décadas fue una playa secreta, apartada, frecuentada primero por ingleses adinerados y más tarde por guitarristas, artistas y veraneantes locales. Allí, entre la vegetación y el silencio, Paco compuso una de sus piezas más líricas. Recordar El Chorruelo es recordar una Algeciras más íntima, la ciudad que aún sobrevive en la memoria de quienes la habitaron antes de la modernidad.
Cultura con raíces
En el corazón del casco histórico, la Plaza Alta articula la vida cívica. Rodeada de bancos de cerámica y palmeras, concentra la historia: la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, la capilla de Europa, los cafés de tertulia. Algeciras no se mira desde lo monumental, sino desde lo cotidiano. Cada banco tiene historias, cada callejuela conserva ecos de guitarra y pregón.
El Parque María Cristina, pulmón verde de la ciudad, conserva los vestigios medievales: restos de murallas meriníes, baños públicos, norias reconstruidas. Un paseo que recuerda la importancia que tuvo Al-Yazirat Al-Hadra, la “isla verde”, en los siglos de Al-Ándalus.
Y desde diciembre de 2024, Algeciras tiene por fin su santuario: el Centro de Interpretación Paco de Lucía. Instalado en una casa de estilo regionalista, recoge objetos, guitarras, imágenes y testimonios de una vida ligada al arte. En apenas cinco meses ha superado las 16.000 visitas. Más que museo, es un punto de encuentro, un hogar para quienes sienten el flamenco como lenguaje universal.
Un verano de festivales
Este 2025, la ciudad se vuelca con el legado del maestro. Se cumplen diez años de su muerte, y Algeciras quiere homenajearle como merece.
Del 7 al 13 de julio se celebra el XI Encuentro Internacional de Guitarra Paco de Lucía, con figuras del flamenco, la fusión y la guitarra contemporánea. Conciertos, clases magistrales, exposiciones y conferencias en el Parque María Cristina llenan la ciudad de música y emoción.
En agosto, el Cabaret Festival convierte la plaza de toros en templo sonoro. Niña Pastori, Sara Baras y Miguel Poveda componen un cartel que emocionará a quienes crecieron con las notas de “Entre dos aguas”.
Además, el cine de verano en la playa vuelve con sesiones familiares cada miércoles en Getares y Rinconcillo. Una forma deliciosa de cerrar el día: con los pies en la arena, la brisa del mar y la pantalla iluminando la noche.
A todo esto se suman las fiestas del Carmen y de la Virgen de la Palma, que sacan a la calle —y al mar— la religiosidad popular. Procesiones marítimas, romerías, bailes y fuegos artificiales ponen el broche festivo a un verano que se saborea con todos los sentidos.

Gastronomía de sal, tierra y alma
Algeciras es puerto, y eso se nota en su cocina. Pescado fresco, guisos marineros, atún de almadraba, almejas a la marinera, adobo, boquerones fritos… El mar pone la base, pero la tierra no se queda atrás. En las ventas y bares del interior se sirven platos como la berza gaditana, el menudo con garbanzos, el conejo al ajillo o las tortillitas de camarones.
El tapeo es forma de vida. Una caña bien tirada y una tapa de choco frito bastan para sentirse parte del lugar. En el mercado de abastos, uno puede comprar, charlar, o simplemente mirar el género: huele a mar, pero también a herencia.
Y como dulce final, los borrachuelos, las tortas de pellizco, las milhojas de crema y las frutas frescas de la sierra. Comer en Algeciras es celebrar lo sencillo, lo auténtico, lo que pasa del fogón al alma sin artificio.
Un destino con alma
Algeciras no es una postal, es una experiencia. Su luz, su mezcla, su memoria. Sus playas que abrazan, sus calles que narran, su gente que canta. Este verano, la ciudad se redescubre a través del legado de Paco de Lucía, pero también en cada baño en Getares, en cada tapa en el Rinconcillo, en cada noche estrellada sobre el Estrecho.
Más que un destino, es una invitación. A sentir. A recordar. A quedarse un poco más.



