Buenos días desde el Parque Natural de las Bardenas Reales, en Navarra. Amanece sobre este desierto de arcillas, yesos y areniscas, y la primera luz revela relieves que parecen soñados: barrancos labrados por siglos de agua y cierzo, cabezos que se yerguen como vigías, lomas que se ondulan hasta perderse. Aquí el silencio no es vacío, es una presencia: el resuello del viento, el roce leve de la vegetación rala, el eco lejano de un ave que despierta. Empieza el día en una Reserva de la Biosfera que invita a mirar más despacio y a caminar con respeto.
Amanecer en las Bardenas Reales: luz y silencio
La primera claridad se posa sobre la Bardena Blanca como un velo dorado. Las sombras recortan los perfiles del Castildetierra y de los cabezos cercanos, y cada grieta de la arcilla cobra relieve. El aire es fresco, casi frío en invierno, y la vista alcanza sin esfuerzo hasta donde la tierra se vuelve cielo.
El silencio del alba tiene aquí un espesor singular. A esa hora, antes de que el sol caliente el suelo, el parque suspira en calma, y uno distingue el crujido tenue de la costra seca y el susurro de la ontina y el sisallo. De cuando en cuando, el lejano zumbido de un avión recuerda que también este desierto convive con usos contemporáneos.
La luz cambia deprisa. En cuestión de minutos, el dorado se vuelve ámbar y los ocres estallan, los yesos brillan y el mosaico de barrancos se anima. Es el momento de mirar sin prisa, de dejar que la mañana le ponga nombre a los volúmenes y que el paisaje revele su arquitectura de erosión.
Rutas matinales entre badlands y cabezos
A primera hora, los caminos se transitan mejor: hay menos polvo, menos calor y más calma. Desde el Mirador de Aguilares, la Bardena Blanca se abre como un anfiteatro natural y permite planear la jornada: pistas amplias para bicicleta o coche autorizado, y sendas peatonales señalizadas que serpentean entre cárcavas. Caminar temprano es también una cortesía con la fauna, más activa al alba.
Las pistas que bordean Castildetierra y se encaminan hacia Piskerra y El Rallón regalan perspectivas distintas del mismo misterio geológico. Tras la lluvia, el barro arcilloso se pega a las botas como zuecos; con seco, el polvo se levanta al paso. Conviene elegir calzado con buen agarre, llevar agua suficiente y protegerse del sol incluso en días frescos.
Si se busca un tono más verde y sombreado, la Bardena Negra ofrece contrastes con sus pinares dispersos y laderas más suaves. En la transición entre El Plano, la Negra y la Blanca se entiende el mosaico bardenero: mesetas, badlands y barrancos en diálogo constante. En cualquier caso, hay que ceñirse a los itinerarios permitidos y atender a posibles cierres temporales por nidificación o conservación.
Fauna despierta: alimoches, zorros y alcaravanes
El amanecer es territorio del alimoche. Este buitre pequeño, de plumaje blanco con remates negros y rostro amarillento, regresa cada primavera para aprovechar los acantilados y cortados de la zona. Verlo planear con las primeras térmicas, bajo una luz baja que perfila las alas, es uno de esos regalos silenciosos del parque.
A ras de suelo, el zorro asoma y desaparece con la discreción de un vecino antiguo. Cruza una pista, se detiene un segundo, escucha, y se esfuma entre ontinas y espartos. La temprana hora le permite patrullar sin calor y sin miradas insistentes, y a veces deja huellas frescas en la arcilla húmeda de un barranco.
En los claros pedregosos, los alcaravanes se anuncian por sus ojos grandes y su paso nervioso. Habitan lo raso, confían en el mimetismo y lanzan reclamos que suenan a madrugada. Mantener distancia, no salirse de los caminos y evitar ruidos estridentes permite que estas rutinas diarias de la fauna se mantengan intactas.
Fotografía al amanecer: trucos y miradores
La hora dorada es prodigiosa en las Bardenas Reales porque modela volúmenes. Un objetivo angular ayuda a captar la grandiosidad de los cabezos y las llanuras, mientras que un tele corto comprime capas de barrancos para dibujar geometrías. Un trípode ligero y el bracketing de exposición resuelven los contrastes fuertes entre cielos limpios y suelos claros.
El Mirador de Aguilares ofrece composición inmediata, con Castildetierra como figura y el mar de badlands como fondo. Desde los alrededores de Piskerra y El Rallón, los perfiles se vuelven más dramáticos, con terrazas y cornisas que invitan al contraluz. Tras días de lluvia, los colores se saturan y los suelos reflejan; en verano, la calima suaviza los contornos y pide exposiciones más cuidadosas.
Conviene proteger el equipo del polvo con fundas y sopladores, y planificar con margen para caminar y encontrar encuadres sin prisas. Mirar hacia atrás es un consejo simple pero eficaz: la luz naciente transforma constantemente los relieves, y el mejor encuadre a menudo queda a la espalda. Antes de salir, revisar normativas, posibles restricciones y zonas sensibles ahorra pasos y asegura fotografías responsables.
Historia, viento y erosión: un paisaje vivo de las bardenas Reales
Bardenas es un libro abierto de geología. Sedimentos depositados durante millones de años en la cuenca del Ebro —arcillas, limos, yesos y areniscas— han sido tallados por aguas estacionales y por el cierzo, dando lugar a badlands, barrancos y cabezos. Es un paisaje joven en términos geológicos, cambiante, que se rehace con cada tormenta.
La historia humana también ha cincelado estas tierras. En régimen comunal, pastores y agricultores han aprovechado cañadas y corralizas durante siglos, marcando ritmos de trashumancia y descanso. En la memoria popular persiste la figura de Sanchicorrota, el célebre bandolero que conocía la Bardena Negra como pocos, y la convivencia con usos modernos añade capas a un territorio en permanente negociación.
Caminar por Bardenas es leer ese diálogo entre viento, agua y gente. La erosión no es sólo desgaste: es el motor que crea formas nuevas, que mueve materiales y que da vida a un escenario único. Por eso el respeto —a senderos, cierres temporales y ritmos naturales— es la mejor manera de decir “buenos días” a este desierto navarro.
Cuando el sol ya va alto y la luz se vuelve blanca, el saludo de la mañana se transforma en promesa de regreso. Bardenas Reales pide visitas sin prisa, a la hora en que todo despierta y el paisaje habla en voz baja. Que este “buenos días” desde Navarra se repita, siempre con la misma mezcla de asombro y cuidado.


