El ascenso mental Sobre Travesía II de Françoise Vanneraud Site-specific en la fachada del Hotel Radisson de Madrid.  

El hotel Radisson Blu Madrid Prado, por cuarto año consecutivo, y en su apoyo a la promoción del arte contemporáneo internacional, presenta un proyecto en colaboración con Ponce + Robles de la artista Françoise Vanneraud, junto con el apoyo de la Fundación Goethe, El Institut Français y diversos patrocinadores.

En el mes de Febrero, unos días antes de la inauguración de la Feria de Arte ARCO MADRID 2017, se realizará el montaje de la instalación con la artista. Durante la Feria de ARCO 2017, que tendrá lugar del miércoles 22 al Domingo 26 de Febrero, la galería Ponce + Robles, informará a quien lo requiera, acerca del proyecto realizado por la artista francesa Françoise Vanneraud en el Radisson Blu Madrid Prado.

El paisaje – especialmente el natural, y concretamente la montaña – es uno de los temas más recurrentes y significativos dentro de la obra de Françoise Vanneraud. De hecho, un simple repaso a su trayectoria reciente nos brinda un imponente y magnífico territorio montañoso; pienso por ejemplo en las empinadas cumbres de cristal de Archipiélagos (2015), los senderos sinuosos que unen las diferentes fotografías de Terre de Depart (2015) o en los múltiples fragmentos rotos que recomponen el pico rocoso de Paysage Brisé (2014). De algún modo, la simbología de la montaña juega, casi siempre, un papel destacado en el imaginario de la artista. La montaña como paisaje, como aquello que contemplamos desde la distancia, desde afuera, desde abajo; pero también la montaña como territorio, como vivencia, como contexto político.

Pese a la presunta quietud de sus piezas, normalmente dibujos situados en salas de exposición, existe una clara voluntad performativa en su modo de entender la práctica artística; por tanto, una condición de tiempo y desarrollo que, ya sea éste físico o psíquico, incorpora una capa conceptual que va más allá de la buena factura y formalización que caracterizan su trabajo. Y es seguramente esa base conceptual – la que piensa más en procesos abiertos que en formas estables – la que le ha llevado a una intensa experimentación con los formatos del dibujo. Una expansión progresiva desde lo gráfico a lo escultórico, lo instalativo e incluso lo escénico donde el espectador ha dejado ya de observar desde la distancia para convertirse en una parte activa de la obra; alguien capaz de recorrer el territorio, ocuparlo y condicionarlo con su presencia, ya sea mediante sus pasos, sus historias particulares o sus pensamientos.

Un buen ejemplo de esto lo encontramos en Travesía (2014), una instalación de azulejos intervenidos con dibujos de curvas de nivel propias de una zona pirenaica, y dispuesta en el suelo de la galería Ponce Robles de Madrid. En este caso, el paisaje de montaña era evocado por una imagen más bien abstracta (la topografía alpina) que además se iba alterando por las grietas ocasionadas por los recorridos de los visitantes sobre la cerámica. Así, el territorio quedaba fijado por la experiencia in situ; es decir, por esos tránsitos imprevistos de los visitantes; algo que, al fin y al cabo incorporaba otras lecturas de carácter emocional y subjetivo a la rigidez geográfica de la instalación.

Travesía II retoma la misma idea del posible acontecimiento pero de un modo más intangible, y de nuevo la montaña marca el tono y el ambiente de la instalación. Inspirándose literalmente en un rocódromo – el lugar de entrenamiento urbano para la escalada  – Vanneraud juega aquí con la verticalidad manifiesta del ascenso y con la imposibilidad de la gesta alpinista. La artista reproduce en la fachada principal del Hotel Radisson de Madrid una serie completa de vías férreas que invitan, simbólicamente, a escalar el edificio. Y aunque un rocódromo sea en un lugar útil y apto para la escalada, realmente no deja de ser un engaño.

Un entorno sin identidad como tal, sin paisaje que contemplar, sin territorio que vivir; una recreación artificiosa que, con la mejor de las intenciones (entrenamiento, aprendizaje, etc…) intenta suplir una experiencia mucho más compleja: la de conquistar y por tanto dominar un lugar. En este sentido, y desde el terreno del arte, Travesía II mantiene la apariencia solemne del rocódromo pero a través de un nuevo engaño. Las presas (las piezas de color que sirven de apoyo para pies y manos) son del poliespán, y están sujetas al muro mediante velcro. Todo es un simulacro.

Para construir el rocódromo, Françoise Vanneraud ha contado con la colaboración de Daniel Andrade, experto alpinista afincado en Madrid, el cual ha ayudado a la artista a otorgar veracidad a la instalación. Diversos colores, diversos grados de dificultad, diversas maneras de imaginar los ascensos. Y es que Travesía II invita precisamente a eso, a recorrer mentalmente los itinerarios y a fantasear con las posibilidades inútiles de llegar a la azotea del hotel. Obviamente, no podríamos subir, pero nada nos impide pensarlo.

La cima no significa nada, la pared todo John Long

Texto de José Luis armengol

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